Thursday, March 24, 2011

THE STREETS


A un lado, el barrio suburbial de Courtilles, en la ciudad de Asnières, poblado de edificios de treinta plantas llenos de pisos sociales diminutos y miserables; al otro, el barrio suburbial de Luth, de Gennevilliers, idéntico al otro, con las mismos solares desérticos, los mismos bloques brutales de pisos desguarnecidos. En medio, el Boulevard Intercomunal, una avenida iluminada que separa estas dos ciudades tan parecidas de esta zona del norte de la periferia pobre del norte de París. En la estación de metro de Asnières, un batallón de policías antidisturbios, armados de porras, escudos de metracrilato y hombreras y rodilleras de Tortugas Ninja vigila la salida con una orden clara: detener a todo menor de 18 años que vaya solo por la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana. Esto es un verdadero toque de queda a veinte minutos del Louvre, a un paso de París.

Ha sido establecido, casi a su pesar, por dos alcaldes: uno es el de Asnières, que pertenece al Partido Socialista francés (PS), que se llama Sébastien Pietrasanta y que aseguraba incrédulo hace unos días en Le Parisien: "Nunca pensé que tendría que hacer esto". El otro es el regidor de Gennevilliers, Jacques Bourgoin, del Partido Comunista Francés.

El objetivo de la medida, que durará hasta el 24 de marzo es acabar con una absurda guerra interminable de bandas de adolescentes que ya se ha cobrado varios heridos y la vida de un chico de 15 años que murió apuñalado el sábado 12 de marzo en la puerta del metro. La razón del ataque es simple: Sammy Debby, del barrio de Cortilles, en Asnières, se aventuró fuera de su territorio, cruzó la frontera invisible que separa las dos mitades de la misma pobreza y se aventuró por el barrio de Luth, en Gennevillieres. Hubo venganzas, revenganzas, llamadas inútiles a la paz, llamamientos de los alcaldes, súplicas de las madres...

El centenar de policías antidisturbios se despliega por la noche en los territorios en disputa entre estas bandas, que son capaces matarse por la puerta de entrada del polideportivo, por la esquina que da al MacDonals o la salida del metro. Hace mucho frío. La policía vigila, pide la documentación o espera con cara de aburrimiento. Cualquier menor con un arma será detenido. Cualquier menor, con arma o sin ella, que camine solo será conducido a la comisaría a la espera de que sus padres acudan a recuperarle, tras pagar una multa de 38 euros.

"Este no es un barrio especialmente malo", dice un hombre que pasea un perro enano, al lado de un puesto de pizzas que, aparte de la boca de metro, es lo único medianamente vivo en esta geografía abrupta y desagradable de solares desérticos y edificios altísimos sin nada alrededor. "A veces se queman coches, y eso, pero no es especialmente malo. Esto son peleas de bandas de adolescentes que no tienen nada que hacer, chicos desocupados, ni siquiera es una cuestión de droga".

El alcalde de Gennevillieres recordaba hace poco en una entrevista en la radio que el 20% de los jóvenes de estos barrios no está escolarizado. En el pedazo de acera donde murió Sammy, en una valla metálica, alguien ha colocado cuartillas con palabras en francés y en árabe: "Te queríamos" "El gueto llora solo".

El último informe del Observatorio Nacional de Zonas Urbanas Sensibles revelaba datos la realidad de estas ciudades: un tercio de los cuatro millones y medio de personas que habita en ellas malvive con menos de 900 euros al mes, una cantidad que en Francia se considera pobreza. Y el 47% de los jóvenes de 14 a 24 años de estos barrios desde los que si uno se asoma un poco se ve la Torre Eiffel carece de trabajo; y el 66,2% de título educativo ninguno o sólo posee el graduado escolar. Los sociólogos hablan de una "generación perdida" que a veces estalla llevándoselo todo por delante: en un barrio idéntico a estos dos se originó en 2007 la protesta que, a base de quemar miles de coches en una revuelta descabezada y puramente destructiva que puso al Gobierno de Jacques Chirac contra las cuerdas en 2007.

Un reciente reportaje del periódico Le Monde citaba a un habitante de estos barrios que conocía a algunos de los chicos amigos de Sammy y describía así su identidad esquizofrénica: "No se sienten ni franceses ni argelinos. Se sienten 200% de Asnières".

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