Hoy en la Vanguardia ha aparecido un texto esclarecedor sobre el tratamiento que se le ha dispensado a Sadam Husein hasta el dia de su muerte, la analogía que se establece entre la relación que con los años ha tenido Stalin y la que puede que ocurra con Sadam me parece bastante acertada. Como no se durante cuanto tiempo va a estar visible en la web de la Vanguardia Digital, he decidido colgarlo, por si a alguien le interesa leerlo:
William R. Polk ha sido responsable para Oriente Medio del Consejo de Planificación de políticas del departamento de Estado de EE.UU.
UN JUICIO Y UNA EJECUCION CON CONSECUENCIAS
William R. Polk
Es probable que nadie discuta en el mundo occidental que Sadam Husein merecía ser ejecutado por graves delitos contra la humanidad. Fue una figura comparable a Lenin, Stalin, Hitler y Mao Tse Tung. Sí, mató a menos personas, pero es cierto que actuó en un escenario menor. Iraq no ofrecía unos recursos humanos comparables a los de la Unión Soviética, Europa o China.
Podemos afirmar que se ha hecho justicia, pero ¿cuáles son los resultados probables a largo plazo en Oriente Medio? ¿Coincidirán los iraquíes con el punto de vista occidental? ¿Qué han aprendido tras contemplar el juicio?
Tenemos que empezar por el juicio. Al principio casi todos los iraquíes pensaban que Sadam era culpable, que en realidad era un monstruo despreciable, y que todos respiraban más libremente con él entre rejas. Sin embargo, con el desarrollo del juicio y con las apariciones constantes de Sadam en la televisión, esas actitudes se modificaron. Sadam se comportó con dignidad e inteligencia; quienes vimos los juicios de Nuremberg recordaremos que también Göring se convirtió en una figura casi simpática. Sadam se propuso, en realidad, poner en tela de juicio al propio tribunal.
Y muchos observadores occidentales han confirmado que lo consiguió en gran medida. Mantuvo a lo largo de todas las sesiones que el tribunal era ilegal y que él era el presidente legítimo de Iraq. Las acusaciones, sostuvo, eran irrelevantes; todo gobierno tiene derecho a defenderse.
Enfrentado a esa defensa, el tribunal actuó con torpeza. En lugar de ser un modelo de comportamiento según el imperio de la ley y proporcionar al pueblo iraquí una gran lección de ese espíritu cívico que el país necesita con urgencia para sanar las heridas de su sociedad y avanzar hacia un futuro más pacífico, lo que hizo fue ofrecer una farsa judicial dentro de la tradición soviética. A Sadam se le privó de asesoramiento adecuado, sus abogados fueron acosados, a veces expulsados de la sala, y tres, incluso, asesinados. Los jueces no mostraron moderación, por más que en ocasiones fueran provocados. El Gobierno intervino de modo indebido para influenciar al juez. Y todos sabían cuál sería la sentencia antes de que se pronunciaran las primeras palabras. De ese modo, lo que podría haber sido una importante contribución a la regeneración de la sociedad pareció a muchos, incluso a quienes deseaban el fallo del tribunal, una farsa.
De modo similar, la ejecución de Sadam fue un error. De haber recibido una condena a perpetuidad, el pueblo iraquí habría tenido la posibilidad de conocer todo su historial de fechorías con la presentación de otras acusaciones, aún más graves; se habría visto cómo debía funcionar un sistema basado en el derecho y la justicia, y se habría alejado el riesgo de caer en una nostalgia comparable a la que sienten ya muchos rusos por Stalin.
Quizá esto sorprenda a muchos occidentales, pero cuando visité Rusia a los pocos años de la muerte de Stalin, encontré a muchos rusos, incluso rusos cultos y conocedores de la historia de su mandato, que sentían nostalgia de su mano firme. El hombre a quien contraté como traductor cuando le pregunté cómo era posible añorar una época en que un golpe en la puerta a medianoche podía significar un viaje sin retorno al gulag me dijo: "No he conocido a nadie a quien le pasara eso. Y por entonces tenía un trabajo seguro, caminaba sin miedo por las calles y podía permitirme un apartamento razonable. Ahora mi vida es insegura".
En Iraq ya hay voces que empiezan a entonar las mismas notas.
De modo que el juicio y la ejecución de Sadam se medirán con la balanza de lo que está ocurriendo hoy en el país. Y esa balanza está ya muy cargada. La seguridad no existe, los escuadrones de la muerte (formados también por policías uniformados) recorren las calles, se calcula que han muerto unos 600.000 iraquíes, son millones los que han huido del país, el desempleo ronda el 50 por ciento, el Gobierno es cómplice en unos crímenes que se parecen muchísimo a esos que le han valido a Sadam su condena y el país sigue bajo una ocupación extranjera que provoca tanto resentimiento que, según encuestas independientes, al menos ocho de cada diez iraquíes creen que la insurgencia (incluyendo en ella el asesinato de estadounidenses) está justificada.
No es probable que muchos iraquíes acaben venerando a Sadam -como muchos rusos veneran hoy a Stalin-, pero las circunstancias de su muerte podrían ser utilizadas en el futuro por demagogos. Se lo condujo a toda prisa al patíbulo, no se le permitieron las acostumbradas visitas de la familia y, quizá por encima de todo, fue ejecutado en la víspera de la fiesta islámica del Sacrificio, el Id al Adha, semejante en algunos aspectos a la Navidad cristiana. La imagen en que aparece aguantando estoicamente que le ajusten la soga en el cuello podría convertirse en un talismán nacionalista.
Como gran parte de la invasión y la ocupación de Iraq, de las que la captura, el juicio y la ejecución de Sadam podrían ser encarnaciones simbólicas, estos acontecimientos acosarán al país -y a todos nosotros- en las décadas venideras.
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