Por Iñigo López Palacios
"De camino al cine George, Elaine y Jerry esperan a que quede una mesa libre en un restaurante chino". Ese era todo el argumento de El restaurante chino, episodio 11 de la segunda temporada de Seinfeld. Cuando Larry David, creador de la serie junto al protagonista Jerry Seinfeld, envió el guion para su aprobación a la cadena NBC, recibió todo tipo de reacciones negativas. Hubo hasta un ejecutivo que pensó que faltaban páginas.
Se emitió en mayo de 1991. En ese momento Bush padre era presidente. Acababa de terminar la primera guerra del golfo, en la que las victoriosas tropas estadounidenses liberaron Kuwait sin despeinarse. Los Bulls de Michael Jordan estaban a punto de ganar su primer anillo en la NBA. Faltaban cuatro meses para el lanzamiento de Nevermind de Nirvana y la guerra fría tenía por fin un ganador: En agosto un golpe de estado depondría a Mijail Gorbachov. El 25 de diciembre un decreto disolvería oficialmente la URSS.
El orden salido de la Segunda Guerra Mundial se resquebrajaba. Occidente entraba en una etapa de incertidumbre. Pero Jerry Seinfeld y Larry David habían hecho un episodio sobre… nada.
Y no es poca cosa. Era su sueño hacer una serie sobre nada porque la vida es realmente una sucesión de nadas: La vida es no encontrar el coche en un aparcamiento, elegir entre cenar o llegar al cine a tiempo, decidir dónde se ve el partido del domingo. Seinfeld subvirtió las reglas básicas de la comedia de situación y se convirtió en un éxito sin precedentes.Y eso sí que fue una sorpresa.
Estaba construida alrededor de cuatro personajes que viven en Nueva york. Un humorista, su mejor amigo, su vecino y su ex novia. No son familia ni quieren serlo. No son encantadores ni tiernos. Son gente amoral, auténticos capullos la mayoría de las veces. Kramer (el vecino) es un extravagante gorrón. George Constanza (el amigo), un tipo blando, neurótico y cobarde. Elaine (la ex novia) es tan inteligente como cruel y superficial. Y Seinfeld, la estrella, el protagonista, el más sensato de todos, es un maniático, un solitario casi narcisista, capaz de dejar a una mujer porque tiene las manos demasiado grandes y al que parece regocijarle su superioridad sobre sus amigos.
Fueron nueve temporadas, 180 episodios, muchos memorables. The Contest, en el que apuestan a ver quien es capaz de estar más tiempo sin masturbarse. O ese en el que Constanza se despide a voz en grito de su trabajo porque le han negado el acceso al baño de los directivos, y al día siguiente vuelve aparentando que no ha pasado nada. Decir que Senfield fue revolucionaria sería exagerar, visto como Friends recuperó los viejos tics de la comedia de situación amable y Perdidosbatió sus records de audiencia con una receta que era la opuesta: que pasen muchas cosas muy raras todo el tiempo para distraer de la inanidad del producto.
Aunque hizo histórica. Se convirtió en un fenómeno cultural en los Estados Unidos y Jerry Seinfeld en el personaje mejor pagado y valorado de la televisión. Pero sobre todo sentó las bases para casi todo lo bueno que ha venido después. Para The office, por supuesto, pero también para las chicas procaces de Sexo en Nueva York, el Barney Stinsom de Cómo conocí a vuestra madre, el Sheldon Cooper de The Big Bang Theory y si me apuran el amoral Tony Soprano, el contradictorio Omar de The Wire y el mordaz Tyrion Lannister de Juego de Tronos. Cualquier personaje odioso pero no odiable tiene algo de Seinfeld. Y todo haciendo una comedia sobre nada. Superen eso.
Se emitió en mayo de 1991. En ese momento Bush padre era presidente. Acababa de terminar la primera guerra del golfo, en la que las victoriosas tropas estadounidenses liberaron Kuwait sin despeinarse. Los Bulls de Michael Jordan estaban a punto de ganar su primer anillo en la NBA. Faltaban cuatro meses para el lanzamiento de Nevermind de Nirvana y la guerra fría tenía por fin un ganador: En agosto un golpe de estado depondría a Mijail Gorbachov. El 25 de diciembre un decreto disolvería oficialmente la URSS.
El orden salido de la Segunda Guerra Mundial se resquebrajaba. Occidente entraba en una etapa de incertidumbre. Pero Jerry Seinfeld y Larry David habían hecho un episodio sobre… nada.
Y no es poca cosa. Era su sueño hacer una serie sobre nada porque la vida es realmente una sucesión de nadas: La vida es no encontrar el coche en un aparcamiento, elegir entre cenar o llegar al cine a tiempo, decidir dónde se ve el partido del domingo. Seinfeld subvirtió las reglas básicas de la comedia de situación y se convirtió en un éxito sin precedentes.Y eso sí que fue una sorpresa.
Estaba construida alrededor de cuatro personajes que viven en Nueva york. Un humorista, su mejor amigo, su vecino y su ex novia. No son familia ni quieren serlo. No son encantadores ni tiernos. Son gente amoral, auténticos capullos la mayoría de las veces. Kramer (el vecino) es un extravagante gorrón. George Constanza (el amigo), un tipo blando, neurótico y cobarde. Elaine (la ex novia) es tan inteligente como cruel y superficial. Y Seinfeld, la estrella, el protagonista, el más sensato de todos, es un maniático, un solitario casi narcisista, capaz de dejar a una mujer porque tiene las manos demasiado grandes y al que parece regocijarle su superioridad sobre sus amigos.
Fueron nueve temporadas, 180 episodios, muchos memorables. The Contest, en el que apuestan a ver quien es capaz de estar más tiempo sin masturbarse. O ese en el que Constanza se despide a voz en grito de su trabajo porque le han negado el acceso al baño de los directivos, y al día siguiente vuelve aparentando que no ha pasado nada. Decir que Senfield fue revolucionaria sería exagerar, visto como Friends recuperó los viejos tics de la comedia de situación amable y Perdidosbatió sus records de audiencia con una receta que era la opuesta: que pasen muchas cosas muy raras todo el tiempo para distraer de la inanidad del producto.
Aunque hizo histórica. Se convirtió en un fenómeno cultural en los Estados Unidos y Jerry Seinfeld en el personaje mejor pagado y valorado de la televisión. Pero sobre todo sentó las bases para casi todo lo bueno que ha venido después. Para The office, por supuesto, pero también para las chicas procaces de Sexo en Nueva York, el Barney Stinsom de Cómo conocí a vuestra madre, el Sheldon Cooper de The Big Bang Theory y si me apuran el amoral Tony Soprano, el contradictorio Omar de The Wire y el mordaz Tyrion Lannister de Juego de Tronos. Cualquier personaje odioso pero no odiable tiene algo de Seinfeld. Y todo haciendo una comedia sobre nada. Superen eso.
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