Francisco Umbral
Sombras que se extienden sobre el ocre como difurninaciones de la nada, grafitos que enlazan el tiempo con el tiempo, la pintada sensitiva y atroz, elocuente, del marrón oscuro sobre el marrón claro, unos caligrafismos gruesos, anteriores a la caligrafía. Qué ejemplo moral, Antoni Tàpies, qué ejemplo moral de pintor. Me llega, cálido y perfumado de imprenta, su libro Memoria personal, y, con él, todo lo que nuestra generación aprendió en Tàpies. Lo que aprendimos de ascetismo, de reducción de la realidad a su última realidad sin rostro, esa mirada entre oriental y ampurdanesa, que él echa sobre el mundo, viendo o creando los signos del tiempo -tapias, vacíos, playas, grafitos- donde el tiempo ya ni deja huellas. Está en su rostro comprimido, retraído, interiorizado, como de inquisidor bueno de izquierdas. El pelo en desorden, las gafas en su sitio, para ajustar el mundo, la boca prieta, para decir, del mundo, sólo lo necesario. (Seix/Barral, Biblioteca Breve). Al fin es corriente un talón incorriente que, por deficiencias bancarias, me había hecho llegar al admirado Jaime Camino.De Barcelona nos llegan siempre sorpresas bancarias y genios plásticos, como Camino o Tàpies: mis disculpas al gran director de cine. Catalán de los años veinte, abstracto que lleva la abstracción a sus últimas y ya casi ascéticas consecuencias, el parvulario de Tàpies fue el surrealismo.
Pero uno ha pensado siempre que el surrealismo, lúdico y loco, no acababa de irle a este estilita/estilista del arte puro. Él tenía que hacer mucho más y mucho menos,
Pinturas como atardeceres sólo de arena, desolados, esculturas sólo de idea, cerámicas de matriz oriental, quizá, grabados que tienen toda la espontaneidad y la impronta de quien sabe rasgar una página de La Vanguardia y escribir sobre ella (mejor si es la página de anuncios por palabras) con una escritura que no existe. Y los libros. Es uno de esos pintores que necesitan escribir, no, como otros, por igualar con la prosa el pensamiento plástico inlogrado, sino por exceso rebasante/rebosante de su saber, de su vivir, de su saber vivir en monje oriental de las Ramblas: una cosa muy rara, pero muy eficaz. El pensamiento político de Tàpies (uno de los grandes "arrecogíos" de Montserrat, cuando el franquismo) no está en contradicción vana, como creen los banales, con el descompromiso de su arte, sino que todo viene a ser lo mismo. El hombre que quiere reducir el mundo a punto y raya, y lo hace genialmente, es el hombre que quiere reducir la verdad a sí misma. Todo ascetismo estético supone una exigencia ética. Tápies ha vivido la Barcelona de los treinta, con su resto de vanguardias y su marquesina de sombra bélica. Tàpies ha vivido el Madrid cuarentaflista, el París de Sartre, el Nueva York del medio siglo, la amistad de Picasso, Miró o Duchamp. Pero la verdad de su gran obra él cree que está en, las enseñanzas orientales. Yo diría que es un gran occidentalizador de tanto orientalismo, de tanto jai/kai moral como le amuebla el alma. Su síntesis del mundo no es plácida, como la oriental, sino dramática, occidental, postbaudeleriana, desgarrada, moderna.
Tápies, contando en prosa llana la verdad general del mundo, nos da el arranque pequefloburgués de su origen, hacia la síntesis, la exigencia y esas tapias/tàpies dé la pobreza, sobre las que ha pasado su mirada oriental de catalán occidentalísimo.
Hou K'ieou-tsen, subido en un almendro de acuarela, se lo dijo a Tàpies: "El objetivo supremo del viajero es ignorar adónde va". Lie Tsen trata de eso en El verdadero clásico del vacío perfecto. Tàpies, y en su libro lo cuenta, ama la sugestión de la obra inacabada. Pero su urgencia moral le lleva a deducirla todo. Aquí su imperativo categórico, su desgarrón entre Baudelaire y Kant, con un chinito de por medio.
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